Hace muchos años tuve la ocasión de entrevistarme con el padre Lezama, jesuita atípico (¡cuántos lo son!) que, además de sacerdote, es empresario, periodista y escritor.

El padre Luis Lezama, fundador del grupo hostelero que lleva su nombre, me recibió en su despacho de la plaza de Oriente, en uno de los viajes que hice a Madrid cuando solía visitar a mecenas e instituciones donantes de mi fundación.

Durante la conversación, muy amena por cierto, me dio una lección que no he olvidado jamás. Me dijo que él, cuando trabajaba en un proyecto, siempre tenía a mano dos cosas muy importantes. Y me las mostró, ambas sobre el escritorio: la calculadora… y la Biblia.

Es decir, que a la hora de proyectar, necesitas hacer números, calcular, ver qué recursos necesitas y de qué dispones, si te saldrá a cuenta. Viabilidad, en una palabra. Pero también es importante que ese proyecto esté fundamentado en unos valores y orientado hacia un bien; que preste un servicio, que beneficie a otros. Ética y humanidad, en dos palabras.

 

Cálculo e inspiración, rentabilidad y valor humano. Siempre he recordado la lección del padre Lezama y, en mi trabajo, la he tenido que aplicar una y otra vez. También lo dice Jesús en el evangelio (Lucas 14, 28-33): nadie se pone a construir una torre sin echar cálculos antes… Ningún rey se enfrenta al enemigo a lo loco, sin contar las tropas.

 

Calculadora y Biblia. Más que aunar cabeza y corazón. Se trata de armonizar lo físico y lo espiritual, hermanando lo material con lo trascendente. Una buena lección de realismo, teñida de humanidad.