Debo este escrito a una entrevista que me hace una mujer extraordinaria, Cesca, para el encuentro de un grupo de mujeres que se reúnen cada semana a dialogar, compartir y ayudarse a crecer. Cesca me pregunta…

¿Se puede vivir sin propósito?

Claro que sí. Muchas personas viven sin propósito, o sin saber que lo tienen. Quizás nunca se lo han planteado, no piensan en ello o creen que eso de tener un propósito no va con ellas. Prefieren ir viviendo… al día.

Pienso que vivir sin propósito es como navegar a la deriva. Sin rumbo, sin norte, tu barco se agita a merced de las olas, llevado por todos los vientos. Es entonces cuando tienes la sensación de que no avanzas, no creces, o das vueltas en torno a los mismos problemas de siempre. El futuro es incierto, las cosas suceden, como caídas del cielo. No puedes llevar el control. Si hace sol, disfrutas; si llueve, te deprimes. Y la vida transcurre, sacudida por los vaivenes. 

¿Por qué es importante vivir con propósito? ¿Qué nos perdemos si no es así?

Usaré otra imagen: tener un propósito es ser una flecha, con un arco, que apunta a diana. Este apuntar a diana da fuerza, sentido y coherencia a todo lo que haces. Da una cualidad y una densidad tremendas a tu vida. Vivir sin propósito es vivir en blanco y negro, y en dos dimensiones; tener un propósito vital es vivir a color y en 3D. La vida con propósito adquiere sentido, gana en belleza, en profundidad, en amplitud. Vibras a cada momento, sabes a dónde vas, por qué te esfuerzas… El propósito te da una fuerza interior muy grande cuando llegan las grandes crisis y las pruebas. Te mantiene a flote y te ayuda a conectar con los demás, para ayudarlos y dejarte ayudar por ellos.

Vivir con propósito es vivir con una brújula, con una meta, una orientación, algo que sostiene y da forma a tu vida. 

¿Es difícil encontrar ese propósito?

En primer lugar hay que quererlo. Necesitas tener hambre y sed de sentido: es lo que te impulsa a buscar el propósito. Hay quienes lo descubren muy jóvenes, ya sea porque tienen muy clara su vocación, o un talento que quieren desarrollar. Otros tardan años en descubrirlo. El entorno en el que vives también puede invitarte a buscar el sentido y el propósito de tu vida. Si lo deseas y creces en un ambiente donde te inculcan que es bueno buscar ese propósito, que todos hemos nacido con una llamada y un potencial a desarrollar, lo encontrarás. A través de situaciones, personas, lecturas, invitaciones… Hay tantos caminos como personas. Si hay intención y deseo, lo encontrarás.

 

Puede haber cambios de rumbo

El propósito no siempre se revela de golpe, de forma transparente o completa. A veces hay que irlo descubriendo con el paso del tiempo. También se puede ir reenfocando según la etapa vital que estás atravesando. Un hombre o una mujer jóvenes pueden tener como propósito formar una familia, o realizarse profesionalmente. Más tarde, cuando alcancen la madurez y sus hijos ya sean independientes, quizás deseen cambiar el rumbo: cultivar algún aspecto más artístico o creativo, centrarse más en la pareja, en los amigos, en un nuevo proyecto. Algunos religiosos lo denominan «la llamada dentro de la llamada». La madre Teresa de Calcuta lo explica muy bien, con su propia experiencia. Ella sintió la vocación religiosa muy jovencita, y entró en una congregación religiosa. Durante muchos años fue maestra en la escuela que su orden tenía en la India, hasta que, un día, durante un viaje, tuvo una experiencia mística de encuentro con Jesús, y vio que tenía que reenfocar su vocación. Fundó una nueva orden, dedicada a los más pobres. Esto es un ejemplo de llamada dentro de la llamada, y a muchas personas les puede suceder algo similar.

¿Qué pasos dar para descubrir el propósito vital?

Cada persona es única y tiene que recorrer su camino. Hay quienes necesitan dar muy pocos pasos; otros han de pasar un largo proceso de reflexión. Lo primero es encontrar un espacio de silencio, de pararse a pensar, encontrarse con uno mismo, mirarse al espejo y preguntarse quién es esa persona que está delante de mí, mirándome. ¿Quién soy? ¿Qué es lo que más anhelo, cuál es la aspiración más profunda de mi ser? El tiempo de introspección es necesario, y cada cual lo vive a su manera. Preguntarse, conocerse y escuchar la voz interior es fundamental.

Pero también hay que estar abierto a escuchar las voces que vienen del exterior. Podemos contar con ayudas que nos orientan e inspiran. Muchas veces la llamada, la vocación, no viene de nosotros mismos, sino de afuera. O quizás es un proceso a dos, en el que nuestro deseo más hondo se une con la llamada concreta que nos reafirma en aquello que, en el fondo, anhelamos. Es necesario saber escuchar, a nosotros mismos y lo que nos viene del entorno.

Se habla mucho del discernimiento. Discernir es cribar, distinguir, entre aquello que me viene impuesto o me arrastra por moda, por cultura, por presión social o familiar, y aquello que es parte de mí, lo que deseo con total libertad, sin condicionamiento, sin presión, sin hipotecas. En el fondo, todos sabemos qué queremos. Aprender a escuchar esa voz y esa llamada es básico.

¿Qué pasa si me equivoco?

Si nos equivocamos, siempre existe la posibilidad de enderezar, de corregir o rectificar el rumbo. Hay algo que nos dice si hemos acertado o no, lo que tradicionalmente llamamos la voz de la conciencia. Es esa voz interior que nos dice: sí, vas bien. Pero también nuestro cuerpo se siente bien cuando estamos siguiendo nuestro propósito vital. Todo nuestro ser, cuerpo y alma, materia, energía y espíritu, se armoniza y dice sí: esta es la dirección que debo tomar. Si una parte de nosotros está en desacuerdo, si esa decisión no es nuestro auténtico propósito, algo protestará, y el cuerpo será el primero en llamarnos la atención. Podemos enfermar, o sentir tensión y malestar. El cuerpo es muy sabio y también nos ayuda a discernir.

El propósito vital no se puede desligar de los demás; no podemos tener un propósito prescindiendo del resto del mundo. Todos tenemos cerca a personas sabias, buenas y que nos aman; adultos, familiares, amigos, mentores… Personas con las que tenemos confianza, amistad, que quieren lo mejor para nosotros. A veces pueden ser ellas quienes provoquen la llamada o el movimiento que nos ayuda a descubrir el propósito vital.

¿Qué relación hay entre mi fe y el propósito vital?

No puedo separar el hecho de ser cristiana con mi propósito: todo forma parte de mí. Los cristianos recibimos una llamada, que es diferente en cada cual, pero que tiene algo en común. Primero, es una llamada a vivir en plenitud: Jesús, antes que enseñarnos nada, nos invita a vivir desplegando todo nuestro potencial, dando lo mejor de nosotros. «He venido para que tengáis vida, y vida en abundancia» (Juan, 10, 10). La llamada cristiana es a florecer, a ser luz, y no puedes ser luz si no ardes. Es una llamada a ser sal, a dar sabor y vida a otros, contagiando plenitud. Una llamada a comunicar, a expandir: no puedes guardar tu tesoro para ti mismo. Tu propósito no puede estar sólo centrado en ti mismo, sino volcado hacia los demás. Quien sólo se busca a sí mismo se pierde, pero cuando te abres a los demás te encuentras a ti mismo, encuentras tu propósito y tu alegría, tu felicidad. Dando recibes; haciendo el bien a los demás, encuentras el tuyo propio.

Es una llamada a comunicar, a sembrar vida, a servir a los otros, y se puede dar de mil formas. Una llamada a estar abierto a Dios y a los demás; a ser luz, estrella, pequeña hoguera, donde el propósito vital siempre va ligado a una causa generosa, de ayuda, de mejora.

 

El propósito, además, está iluminado por una comunidad, que te ayuda, te orienta y acompaña, permitiéndote proyectar el propósito. Y contando con el gran apoyo: el mismo Dios que te llama, te ama y te sostiene. Él mismo se convierte en ayuda e inspiración, dándote una fuerza que a veces no sabes de dónde viene, pero que está ahí, ayudándote a culminar tu misión.

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