¿Tienes sentido celebrar la Navidad? ¿Incluso para los no creyentes? Decimos que en Navidad celebramos el nacimiento de Jesús, que vino a traernos la salvación.
¡Salvación! ¿Quién habla de salvación hoy? Nos parece una palabra antigua, desfasada, propia de una religiosidad infantil e inmadura. ¿Quién necesita salvarse? En todo caso, como rezaba el anuncio de cierta ONG, si alguien nos tiene que salvar somos nosotros mismos.
Salvación… No entendemos qué significa. Vivir salvado es tener una vida sana, plena, bella, vibrante, con sentido. Una vida que no es malvivir, sobrevivir o morir lento. La vida que todos ansiamos. ¿Quién se atreverá a decir que no necesita salvación? ¿Quién se atreverá a decir que no andamos un poco perdidos, arrastrados en una vorágine absurda, en una carrera sin meta, en un mundo loco que enlaza crisis tras crisis, con breves intervalos de tregua? ¿De verdad no necesitamos salvarnos?
En Navidad nació un niño que nos enseñó cómo vivir esa vida buena, bella y con sentido que nos salva del horror y del vacío. Y lo hizo con una enseñanza única, sencilla y grandiosa. Una enseñanza que se puede resumir en una frase que hasta los niños aprenden de memoria.
Amaos unos a otros como yo os he amado. ¿Y cómo amó él? Dándolo todo, hasta la vida, por sus amigos. Él fue un maestro en el amor.
Amar y entregarse. Libre y generosamente. Ese es el secreto. Notad que, en estas palabras de fuego, no aparece ni siquiera el nombre “Dios”.
Amaos unos a otros. Entregaos unos a otros. Hasta el fin. No hay más. Ni menos. La enseñanza vale para todos, creyentes y no creyentes, de cualquier cultura. No requiere de inteligencia, formación, espiritualidad elevada ni condiciones especiales. Está al alcance de todos.
Pero necesitábamos que alguien nos lo recordara. Y nos lo enseñara con su vida. Por eso celebramos la Navidad.
Nace la vida buena, la vida bella, la vida con sentido. Está en nuestras manos acogerla y decir: Sí. ¡Una fiesta del renacer!
¿Acaso no vale la pena celebrarla?
¡Feliz Navidad!